Voces en contra de los móviles han estado ahí casi desde el nacimiento de estos, y cada vez más con el advenimiento de los smartphones. Y es que eso de poder hablar en cualquier parte no es siempre del todo bueno, no en cualquier parte.
Estaba yo sentadito en el baño haciendo lo que uno hace tras un desayuno con alto conentido en fibra cuando me encontré completamente perturbado por los ruidos que provenían del cubículo de mi derecha. No es que el temporal inquilino estuviera trabajando en un atasco digno de la M-30, es que con estos móviles tan modernos uno puede ponerse a jugar a los marcianitos en cualquier sitio... ¡y a todo volumen, oigan!
Concentrado como estaba en mantener el foco en la tarea que me ocupaba perdí finalmente la esperanza cuando el ruido de láser sideral fue substituido por una música estridente que, cómo no, representaba el tono de llamada del susodicho movilófilo. En circunstancias normales uno ignoraría la llamada, pero dadas las obicuas capacidades comunicativas que la vida moderna nos brinda, ¿por qué esperar? El presente es aquí y ahora, y el tener los pantalones bajados y el culo sucio no es excusa para no atender una llamada y discutir la reunión mantenida hace tan solo una hora. Claro que no.
Llamada finalizada y asunto resuelto, y todo sin salir del retrete, ¡tamaña muestra de eficiencia! Tal debió ser la satisfacción de este maestro en la gestión del tiempo que, tras colgar, el amigo se puso a cantar de puro contento. Ahí, en el cubículo, con lo pantalones bajados, el culo sucio y la voz de barítono.
Vaya cagada.
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