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miércoles, 7 de enero de 2015

Autobombo a la española

Tras unas (quiero pensar) merecidas vacaciones yendo de tour por España (A Coruña, Huelva y Valencia), me he vuelto a Londres, como casi siempre, con sentimientos encontrados. Por una parte, la añoranza de la tierra, la familia, el clima envidiable, la comida sana, sabrosa y barata... Por otra parte, la exasperación de la chapuza española, de un trabajo siempre desganado y a medio hacer. Me llamarán quisquilloso, pero si algo tiene de bueno Londres es la organización, y ya me gustaría a mí que se nos pegara algo de aquello.

Como muestra, un botón: este mural de la cadena de restaurantes La Pausa del aeropuerto de Valencia.


En esta simple lista de 10 elementos hay 3 errores (uno de ellos corregido); aún sin contar el corregido, hablamos de una tasa de error del 20%. Los errores son:
  • N° 4: Museo de las Artes y las Ciencias. En realidad lo que tenemos en Valencia es la Ciudad de las Artes y las Ciencias, la cual incluye el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe (sin Artes).
  • N° 8: Torres Serrano. Aquí hay doble error. Primero, falta una preposición, debería leer Torres de Serrano. Segundo, es de Serranos, en plural.
  • N° 10: Plaza de la Virgen y su catedral. Este es el que está corregido, pero si uno afina la vista puede ver los tachones que corrigen el texto original "sus catedrales". Alguien debió pensar que en la Plaza de la Virgen hay dos catedrales, cuando en realidad lo que hay es una catedral y una basílica.
Alguno me dirá que estas cosas no tienen importancia, pero hay que tener en cuenta que el aeropuerto es la primera y última toma de contacto de los visitantes a la ciudad. Siendo este un país que vive en gran parte del turismo, y más ahora que le damos tanta importancia a la #MarcaEspaña, deberíamos asegurarnos de que lo que mostramos al mundo es correcto y veraz.

Si no somos capaces ni de escribir los nombres de nuestros propios iconos correctamente, ¿qué credibilidad podemos esperar tener?

martes, 3 de septiembre de 2013

Cuaderno de bitácora: conexión Rumanía (VI)

Hace seis años inicié una tradición de viajes con mi buen amigo Jordi, de quien tal vez hayáis oído hablar puesto que publicó un artículo invitado en mi blog sobre metodologías ágiles. Desde entonces hemos tenido de todo, desde malentendidos serios con policías japoneses hasta turismo sanitario inesperado. Este año, con motivo de la boda de unos amigos en Cluj, escribimos el sexto capítulo en nuestro particular cuaderno de bitácora: Rumanía.

Han sido diez días descubriendo la diferencia entre mito y realidad de Drácula, sorteando carretas de caballos y disfrutando de los parajes naturales. Rumanía: país que no olvida sus orígenes rurales y a la vez empeñado en subirse en ese carro llamado (tal vez mal llamado) "desarrollo". Sin ir más lejos, una situación similar a la vivida por España 50 años atrás.

Hay interesantes paralelismos entre la historia reciente de Rumanía y la historia actual de España, aunque con matices.

Hasta hace 24 años, el dictador Ceausescu lideraba el país con mano de hierro. Convencido de la importancia de mejorar la imagen del país en el panorama internacional, puso gran énfasis en reducir el déficit y mejorar la balanza de pagos, para lo que inició una campaña de exportaciones. El problema es que lo poco que Rumanía producía por aquel entonces, aún un país eminentemente rural, era comida, y el programa de exportaciones implicó racionar los alimentos entre los propios habitantes para poder exportarlo; tamaña adoración por la opinión internacional ignorando al propio país me recordó, aunque a diferente nivel, al empeño del actual gobierno de España de estrangular los servicios públicos en pos de mejorar el déficit y cumplir los compromisos con Bruselas.

Sala de Rayos X en funcionamiento con
aspecto de viejo laboratorio nuclear en
el hospital de Curtea de Arges
Otro paralelismo que he visto, también puesto en contexto, es el de las proyectos faraónicos que mayormente no llevan a nada. Ceasescu se emperró en tener un gran palacio para albergar el gobierno en Bucarest, el Palacio del Parlamento, y se gastó el equivalente a 33.000 millones de euros para construir el segundo edificio más grande del mundo (por detrás de El Pentágono). Este edificio es aún hoy fuente de polémica puesto que, si bien uno podría estar orgulloso de poseer tamaña obra arquitectónica, los rumanos no logran sacarle más utilidad que el turismo y se preguntan si la riqueza ahí contenida en forma de mármol, oro y mobiliario de lujo podría ser utilizada para ayudar al país. Este tipo de obras me recuerda inevitablemente a elefantes blancos como el Aeropuerto de Castellón o las bases de la Copa América de Valencia, o a ese complejo de inferioridad llamado "Madrid ha de tener unos Juegos Olímpicos cueste lo que cueste porque Barcelona los tuvo y Madrid no puede ser menos".


Sin embargo, hay que decir que no todo es tan malo. Por una parte algunas de las grandes obras si tuvieron sentido, como la carretera Transfagarasan, que conecta las regiones de Valaquia y Transilvania atravesando los Cárpatos. Por otra parte, en algunas de las comparaciones salimos ganando por goleada y nos ayudan a entender que la nuestra es una crisis de país rico, como puntualizaron un grupo de periodistas latinoamericanos que pasaron un tiempo en Madrid: mientras estábamos en Curtea de Arges mi amigo Jordi se puso enfermo y tuvimos que acudir al Hospital; aquello fue como viajar al pasado. Desde fuera, el edificio parecía una fábrica abandonada, mientras que el interior era una colección de pasillos sucios y mal iluminados, equipamiento obsoleto y preocupante falta de medios. Los teléfonos eran como los de Gila, y las medidas de seguridad meras "recomendaciones".

Carretera Transfagarasan, no solo una buena conexión
viaria sino también un placer de la conducción

Como siempre, nada como viajar para abrir los ojos y entender que, aunque nos queda bastante por hacer, no estamos tan mal.

domingo, 7 de octubre de 2012

Bangkok: la tierra de la perdición

Como ya sabéis el pasado agosto decidí celebrar mi trigésimo cumpleaños regalándome un viaje a Tailandia y Singapur. El viaje fue completito, incluyendo la selva turística de Chiang Mai, la estéril perfección de la ciudad-estado de Singapur, la paradisíaca calma de Koh Phangan y, empezando y terminado el viaje, el caos desmesurado de Bangkok.

Bangkok es una ciudad gigantesca que alberga a más de 8 millones de personas, el equivalente a toda la población de Andalucía. Ante una ciudad de tamañas dimensiones lo primero que uno tiene que dirimir es la cuestión del transporte, para lo cual, debido a los bajos precios, lo mejor es servirse del taxi. Pero cuidado, en Bangkok son todos unos timadores y el proceso ha de llevarse a cabo con detenimiento; por defecto el proceso sucede de la siguiente manera:
  1. El turista levanta la mano para llamar la atención del taxi.
  2. El taxista detiene el vehículo y baja la ventanilla del asiento de pasajero.
  3. La reacción natural del turista es la de acercarse a la ventanilla abierta.
  4. El taxista pregunta el destino (antes incluso de haber subido al taxi).
  5. El turista indica el destino tras lo cual el taxista ofrece un precio desorbitado.
El precio ofrecido por el taxista se puede negociar, pero aún así será siempre un precio exagerado con respecto a estándares locales. La clave está en el paso 3 del proceso anterior: cuando el taxista baje la ventanilla has de ignorarle completamente, abrir la puerta del asiento trasero, entrar y sentarte sin remilgos. Cuando el taxista se gire le dices tu destino y le pides que conecte el taxímetro. Raro es el taxista que se niega llegados a este punto, y al final del trayecto pagarás la mucho más barata tarifa oficial (típico trayecto en taxi entre 1€ y 2€).

Serpiente con cinco cabezas humanas custodiando un templo
Una alternativa a los taxis son los tuk-tuk, unas motocicletas con asientos en la parte trasera. El trayecto es un poco más incómodo y no hay posibilidad de taxímetro, solo negociación, pero es toda una experiencia que recomiendo vivir al menos una vez.


Una vez solucionado la cuestión del desplazamiento, el siguiente paso es decidir adónde se va. Bangkok tiene una oferta cultural relativamente modesta, aunque el Gran Palacio y el templo Wat Arun, situados uno junto al uno, son de visita obligada. Los tejados de oro indican la cercanía del templo a la familia real tailandesa. La omnipresencia de elefantes (algunos de ellos con tres cabezas), dragones, gigantes guerreros y otros seres típicos de la mitología budista son muestra de la historia y cultura locales. El Buda de Esmeralda (que por cierto no es de esmeralda sino de jade) es el maestro de ceremonias, vestido con ropas de oro que el príncipe heredero cambia personalmente con cada estación.

Sin embargo, impresionante como estos complejos religiosos pueden ser, considero que el mejor atractivo de Bangkok reside en todas las vertientes de ocio. Para empezar, los restaurantes: al ser Bangkok tan sumamente barato en comparación con Europa uno puede visitar restaurantes de calidad, con servicio exquisito y delicada música en vivo, pagando lo que uno pagaría por una cena corriente en el viejo continente; eso sí, ¡cuidado con el picante! En Tailandia se come chili como si fueran palomitas... es más, creo que se lo echan a las palomitas.

Tras una buena cena se puede acudir a un buen bar de copas. Y por "buen" me refiero literalmente a uno de película: el Sky Bar en el piso 62 del hotel Sirocco, donde ser rodó gran parte de la película Resacón 2, ¡ahora en Tailandia!. Las vistas sobre todo Bangkok son espectaculares, y la lista de cócteles se merece una buena ronda de reconocimiento.

Ahora bien, si Bangkok es conocida por algo, es por su fiesta desmedida, con epicentro en la calle Khao San. Si hubiera una lista de pecados tras la cual uno se va al infierno sin remedio, en la calle Khao San te podrías ganar el pase en menos de una semana. Masajes a pie de calle, discotecas gratuitas, bares donde los camareros llevan camisetas que dicen "no pedimos carné de identidad"... cuando la fiesta se acaba la gente simplemente sale a la calle, donde los bares siguen sirviendo, y baila al ritmo del mega altavoz portátil que alguien ha instalado en pos del gentío. El clima en Bangkok siempre es cálido, lo que significa que aún en la calle la gente va ligera de ropa, y los más musculitos aprovechan la coyuntura para quitarse la camiseta y lucir tórax. Y ahí estás, en mitad de la calle tras una noche de alcohol y roce de bajofondo, con la camiseta Dios sabe dónde tratando de calmar esa sed que no se cura con agua. Y aparecen las prostitutas, tailandesas entrenadas qué saben qué pie calzan los extranjeros. O tailandeses, que los locales conocen el arte del maquillaje y el relleno hasta el punto de que a plena luz del día te hacen dudar. Y los foráneos caen como moscas, y contentos. Que mañana es otro día y se hace lo mismo que ayer, siete jornadas por semana, beber en los bares de Khao San y darse a la noche como si no hubiera mañana, aunque lo hay y es igual que hoy. Y volver a bailar y a rozarse con locales y visitantes, no le vayan a uno tachar de racista, que al fin y al cabo esto es Bangkok y uno ha venido a lo que ha venido.

Digo.


lunes, 6 de agosto de 2012

Cruzando el mar... por debajo

Si algo que no deja de fascinarme es el túnel del Canal de La Mancha, también conocido como eurotúnel, esa maravilla de la ingeniería ferroviaria que conecta la isla de la Gran Bretaña con la Europa continental; por gracia y obra de potentes excavadoras uno puede viajar desde el centro de Londres hasta el centro de París en tan solo dos horas y media.

Entrada y salida del túnel, 23 minutos

El fin de semana pasado pude hacer uso del túnel y pasar un par de días en París visitando a una amiga. Como ya es la tercera que visito la capital francesa podía permitirme el lujo de dejar a un lado los típicos elementos turísticos y disfrutar de París como un local... y con una local, ¡mejor que mejor!

La primera diferencia es el transporte. Libre de las ataduras del tiempo pudimos dejar a un lado el metro, que es rápido, en favor de la bicicleta, que es divertido. En París tienen un sistema de alquiler de bicicletas público como el que tan de moda se está poniendo en ciudades de todo el mundo (Barcelona fue la primera de España, si no recuerdo mal); las de París son fabricadas por la misma empresa que hace las de Valencia, por lo que el sistema será familiar para algunos. El coste del Vélib (que así llaman a las bicicletas), es de 1,70€ al día con coste adicional si el tiempo de uso supera la media hora; eso sí, aseguraos de tener un buen remanente en la tarjeta de crédito pues aparte del coste de uso el sistema introduce una retención de 150€ en concepto de depósito... en mi caso fueron dos días de uso y 300€ retenidos durante una semana.

Otra precaución a tener en cuenta a la hora de utilizar un Vélib es que el mantenimiento de las bicicletas es más que deficiente, por lo que antes de desbloquear una del puerto has de asegurarte que está en condiciones de ser utilizada; en alguna ocasión me topé con ruedas pinchadas o pedales ausentes. Sin embargo, el esfuerzo vale la pena, pues pedalear cómodamente por las calles de París viendo sus iconos pasar es toda una delicia.


Otra forma diferente de disfrutar la ciudad es a través de sus parques y jardines. Comparada con Londres París tiene un estilo de vida mucho más relajado, más pausado, y dejar pasar el tiempo sentado en un parque es una de las marcas locales. Personalmente disfruté de dos de ellos, los céntricos Jardines de Luxemburgo, junto al Senado, y el no tan céntrico Parc Floral al noreste, justo al final de la línea 1. Este último requiere pago de entrada, 5,50€ al público general y la mitad para estudiantes, pero teniendo en cuenta lo grande y cuidado del parque y las actividades que a menudo se desarrollan (como el concierto de jazz que vi el sábado) valen la pena.


último, aunque no por ello menos importante, tenemos la comida. Qué gran placer. Sin embargo, lejos de adentrarme en la cultura de la alta cuisine, pregunté a locales dónde comen los parisinos. Fue así donde acabé cenando en Chez Papa, restaurante de cocina del suroeste de Francia con reminiscencias vascas, generosas porciones y, como casi siempre en París, buen vino. Chez Papa es ahora una franquicia y cuenta con varios establecimientos en París, aunque el mejor de ellos sigue siendo el primigenio, el de Montparnasse.

Una forma diferente de disfrutar de una ciudad pues, al fin y al cabo, viajar no significa solo conocer edificios, sino también costumbres.

martes, 17 de julio de 2012

Londres se prepara

Amigos y amigas, Londres 2012 ya está casi aquí. Cuando faltan tan solo 10 días para que los Juegos Olímpicos den comienzo la ciudad hierve de actividad. Ni siquiera el tremendo mal clima que nos azota (lluvias constantes y máximas en torno a los 18º) es suficiente para templar los ánimos: es imposible no embaucarse en lo que está a punto de suceder. O está sucediendo, porque todo es olímpico estos días.

Para empezar, el transporte. Siendo Londres una ciudad no diseñada para el tráfico rodado y que ya tuvo que introducir un "cargo de congestión" para aliviar el tráfico en el centro convirtiéndolo en zona de peaje, estaba claro que se iban a necesitar medidas especiales. Así pues, siguiendo la estela china, Londres ha creado una serie de carriles olímpicos donde solo coches oficiales pueden viajar:



Por otra parte, al metro también le ha tocado una buena sacudida. Para asegurarse de que estarán preparados para soportar la carga extra de gente ante cualquier eventualidad el metro de Londres lleva un par de meses haciendo tests de todo tipo: cerrar estaciones, tumbar el sistema a propósito, desviar trenes... y además, siguiendo la tradición de cortesía inglesa, para muchos de estos ensayos se ha avisado al público con antelación, colocando carteles por doquier con anuncios como "El próximo día 7 las entradas norte y este de esta estación permanecerán cerradas como ensayo para los Juegos Olímpicos. Disculpen las molestias".

Algunas estaciones, especialmente las colocadas cerca de recinto olímpicos, han cambiado su organización para mejorar el flujo de gente. Por ejemplo, Earl's Court, situada junto al recinto que albergará las competiciones de voleibol, ha decidido que uno de sus accesos será solo de entrada y el otro solo de salida, y ha colocado carteles desde y hacia el recinto para orientar a la gente según convenga. También se incluye, desde prácticamente cualquier estación céntrica, señales orientativas que indican al viajero qué dirección debe tomar para llegar a cualquier recinto olímpico; incluso si el acceso no es por línea directa desde esa estación la señal orientará al viajero hacia el mejor transbordo. Las señales están diseñadas en un distintivo y característico rosa fucsia que me ha llevado a bautizar esta edición como los Olympink Games.

Finalmente por si todo esto no fuera suficiente, el metro de Londres se ha aliado con Virgin Media para instalar wifis de acceso gratuito en las principales estaciones de Londres y poder así comprobar el estado del transporte en cualquier momento. No tendrás cobertura con el móvil, pero podrás conectarte a Skype y hacer una llamada, je, je.  

Pero Londres 2012 es más, mucho más. Es un festival de arte que se expande por todo el país. Es Shakespear en 32 idiomas. Es marcas y emblemas por toda la ciudad, como estos anillos olímpicos colgados del Puente de la Torre en un magnífico atardecer sobre el Támesis.


Olvida el clima y recuerda todo lo demás.



martes, 10 de julio de 2012

Globalización a la rusa

Siguiendo con la línea de relatos sobre mi experiencia en la madre Rusia quiero compartir una serie de fotos de típicos comercios que uno encuentra en cualquier parte del mundo pero adaptados al público local. Resulta curioso que, a pesar de utilizar caracteres cirílicos, uno puede identificar claramente la franquicia.

McDonald's



Burger King



Citi Bank



Starbucks



Le Pain Quotidien




martes, 26 de junio de 2012

San Petersburgo: sol sobre el paralelo 59

Tras ese viaje en tren en el que pensaba que mi vida iba a acabar llegué bien temprano a San Petersburgo. Con el mal sueño y el humo de tabaco matutino (en Rusia se fuma una barbaridad) empecé el día con cierto malestar que no mejoró al comprobar el escaso conocimiento local del inglés (ni tan siquiera al entrar a un Service Centre donde, según la señal de la puerta, se hablaba inglés), así que me metí un buen desayuno entre pecho y espalda mientras planeaba por mi cuenta el estudio la ciudad.

Mi exploración estuvo principalmente basada en la historia de la ciudad. San Petersburgo fue creada a principios del siglo XVIII por el zar Pedro I el Grande como punto de defensa contra una imposible invasión sueca, por lo que lo primero que se construyó (y lo primero que visité:) fue una imponente fortaleza a la orilla del río.

La fortaleza sigue el patrón básico de todo kremlin ruso: una gran muralla con torreones defensivos que alberga una pequeña ciudad. Algunas de las construcciones interiores conservan su utilidad original, como la gran iglesia central utilizada para enterrar a los zares de Rusia.

Sepulcro de Pedro el Grande


Otros evolucionaron en usos cada vez más perversos, como la prisión común en el lado oeste que acabó convertida en prisión política durante la revolución bolchevique y donde se encarcelaba a delincuentes cuyo único delito era "no ser proletario". Finalmente, muchas de las estructuras han sido recondicionadas como museos, entre ellos destacando el museo aeroespacial ruso donde se puede encontrar hasta una auténtica cápsula soyuz utilizada para la reentrada desde la estación espacial internacional; hay que decir que no hay ni el más pequeño punto de comparación con el museo equivalente en Washington DC, pero aún así resulta interesante.


Según se desarrollaba la actividad en torno a esta nueva fortaleza Pedro el Grande tomó una segunda decisión: trasladar la capital del imperio ruso a la recientemente creada San Petersburgo. Con este movimiento perseguía dos objetivos, por una parte influir sobre la oligarquía para que se trasladara a la ciudad septentrional y colaborara de forma implícita en su desarrollo (con la oligarquía vienen sus necesidades, lo que fomenta la creación de un saludable mercado) y por otra centrarse en las oportunidades comerciales que el mar del norte ofrece, muy por encima de las de una Moscú conectada por malas carreteas y un río que solo conduce al mar Báltico.

Con tan creciente población y de tantas condiciones una simple fortaleza no basta, y se lanzaron varios proyectos de urbanización de la zona con el ojo puesto en la riqueza que vendría. Como se ve en el siguiente mapa, la fortaleza está frente a un recodo del río al que miran tres grandes lenguas de tierra, por lo que el diseño urbanístico tomó el río como plaza central y tierra firma como el lugar donde edificar.

Vista aérea de la "plaza central", con la fortaleza al norte, la puerta del mar a la izquierda y los palacios a la vera de la margen sur del río.


Así, al oeste se construyó el almirantazgo y la Puerta del Mar, un muelle más decorativo que funcional pero que servía de entrada de gala a la ciudad.


Mientras tanto, al sur, se construyó una línea de palacios, todos ellos con su fachada principal mirando al mar y que darían a conocer San Petersburgo con el sobrenombre de "la Venecia del norte".


Finalmente, no solo de palacios vive el hombre, y mis siguientes pasos se encaminaron hacia el último signo del desarrollo de esta gran urbe: la avenida Nevski, principal arteria comercial de la ciudad. Con su inicio cercano al Palacio de Invierno, la avenida Nevski se extiende cerca de 4.5 km. Es una calle recta, alineada con el desarrollo del sol e iluminada durante esos días de mayo desde las 5:00 hasta las 22:30 (benditas noches blancas). Su arquitectura es una sucesión de maravilla tras maravilla, con algunos canales que cruzan al más puro estilo Amsterdam e incluso catedrales que poco han de envidiar a sus parientes moscovitas.


En resumen, solo un día pasé en esta ciudad, pero fue un día más que merecedor de aquella mala noche que pasé en compañía de tres gigantones rusos totalmente estereotipados. Aconsejo una visita ante la menor oportunidad.

lunes, 4 de junio de 2012

Compañeros de viaje II: Rusias y leyendas

Mi amiga, en cuyo hotelazo de cinco estrellas me estaba alojando, me había advertido por activa y por pasiva de los peligros de Rusia. Trata de evitar el metro, pide un taxi. Usa taxis registrados, nada de gente ilegal que va por la calle haciéndote ofertas. No vayas a zonas poco transitadas. No te pasees por ahí con un mapa en la mano como el perfecto guiri. Y otro sinfín de advertencias. Al final resultó que tamaña precaución no era necesaria, tomé el metro y me paseé por las calles de Moscú con total comodidad, pero lo cierto es que en parte había conseguido meterme el miedo en el cuerpo.

Sucedió que quería pasar mi tercer día ruso en San Petersburgo, para lo que lo más conveniente era coger el tren nocturno. Con los temores inculcados por mi amiga decidí no aventurarme por mi cuenta en el sistema de trenes rusos y pedí al personal del hotel que hicieran la reserva por mí. Con mucho gusto señor, estos son sus billetes y este su horario, le facilitaremos un taxi a la estación para que no se pierda. Mira qué majetes.

Y, con tantas atenciones, llego al camarote de mi coche cama que he de compartir con otros tres individuos, acordándome de lo bonito que puede ser conocer nuevos compañeros de viaje, contento por la experiencia que podía venir. Estaba yo pensando en esto, en tal vez conocer a gente joven con quien pasar el día en San Petersburgo, cuando tres gigantones rusos entran por la puerta sin decir ni hola.

Aquellos no hablaban inglés y mi ruso estaba aún en proyecto, así que perdida toda posibilidad de conversación saco mi libro y me dispongo a leer cuando los rusos hacen lo propio y un escalofrío helado me sube por la espalda: el gigantón número uno ha sacado una revista en cuya portada se pueden ver dos machetazos y una pistola, mientras que el gigantón número dos lleva otra con un bonito pero probablemente poco ecológico tanque verde. Se ponen a hojear y entre caracteres rusos veo fotos a todo detalle de rifles de asalto, hachas y cuchillos a lo Rambo. En uno de estas aparece un cañón de artillería pesada, de los que el artillero ha de sentarse encima para maniobrar, y el grandullón de al lado lo señala sonriendo y haciendo algún comentario... parece que le gusta el juguetito, igual se lo está pidiendo para Navidad. ¿Dónde zarajos me he metido?

A pesar de las múltiples advertencias sobre los peligros de Rusia resonando en mi cabeza hago acopio de optimismo y trato de convencerme de que tal despliegue de instrumentos librar muerte no significa nada... al fin y al cabo uno puede leer revistas de coches y no por ello tener un Ferrari, ¿verdad? Tal vez solo sean revistas de caza, me digo, con cañones y rifles de asalto, sí, pero es que igual en Rusia la caza se la toman muy en serio. Igual les gusta desintegrar osos de un cañonazo y recoger los restos con mocho. O igual son traficantes de armas y están estudiando el mercado para ver qué acuerdos tienen que hacer con la mafia rusa de San Petersburgo cuando lleguemos. No sé.

Mi cabeza está dando vueltas y me empiezo a preguntar si realmente estoy a salvo con estos sujetos en el camarote. Sigo buscando explicaciones que me tranquilicen, razones por las que uno podría ir por la vida al tanto de lo último en tecnología machetera. Se me ocurre que tal vez si supiera el título de la revista me daría una pista sobre el contenido, así que me decido a utilizar mi escaso ruso aprendido en los dos últimos días. Empiezo: ka... Esa letra rara es una L, kala... Eso que parece una C es en realidad una S, la H es una N, la N invertida es una I... ¡Ajá! Ya lo tengo: Kalashnikov. Mierda.

La revista se llama Kalashnikov, el nombre del rifle de asalto típico de las resistencias independentistas. El preferido de Bin Laden, que hasta solía llevárselo a la cama cuando iba a dormir. Voy a pasar la noche encerrado en un camarote con tres rusos que se entretienen leyendo una revista sobre armamento llamada Kalashnikov. Maldita sea mi estampa, yo no llego a San Petersburgo. Al menos no vivo. O no entero. O qué leches, seguro que no llego en absoluto pues los tipejos lanzan mi cadáver al exterior para evitar situaciones embarazosas en destino. Voy a acabar mis días en la tundra presiberiana mientras un lobo estepario me mordisquea los higadillos.

Los rusos apagan las luces y yo me acurruco en el catre e intento dormir, recordándome que nos han revisado los pasaportes a la entrada y por tanto no puede ser tan fácil delinquir aquí dentro. Intento dormir, pero constantemente me imagino a uno de los gigantones levántandose despacio a la luz de la luna que entra por la ventana y rebanándome el cuello con un machete. Y luego comentando con sus compañeros, "pues sí que es bueno el cuchillo, mira que corte más limpio, voy a mandar una carta a los de la revista para felicitarles".

Al final fueron todo suposiciones mías, llegamos a destino perfectamente a salvo y pude disfrutar de un gran día en la segunda capital de Rusia. Pero carajo, vaya noche pasé.

martes, 29 de mayo de 2012

Moscú: Siete días en la madre Rusia

Quien tiene un amigo tiene un tesoro, y yo tengo uno digno de zar: cuando te invitan a pasar una semana en Moscú por la patilla sabes que la cosa promete. Con "solo" comprar billetes y conseguir un visado en la embajada (Rusia no es de esos países a los que se pueda viajar sin más) me encamino hacia la capital menos europea a este lado de los Urales.

Decir Rusia es decir mucho, y yo solo tuve tiempo de visitar Moscú y San Petersburgo. Aún así, la visita fue espectacular. Para empezar hablemos de Moscú. La capital es enorme pero grande parte de su atractivo está concentrado en la zona del centro, de manera que uno puede pasarse varios días visitando simplemente los alrededores de la Plaza Roja.

La Plaza Roja, para empezar, no es roja, o al menos como yo la imaginaba. Tonto de mí pensaba que roja significaba que tendría los adoquines rojos, pero en realidad recibe su nombre color del Kremlin y la catedral de San Basilio. De nuevo, tonto de mí, ni siquiera tenía claro lo que el Kremlin y la catedral eran... Como muchos otros mortales hasta ahora solo había visto la Plaza Roja por televisión cuando algún corresponsal retransmitía una notica local, y al hablar del Kremlin mientras mostraban este lustroso edificio que parece una casa de caramelo pensé que esto era el Kremlin...





Pues no. La casa de caramelo es la catedral, compuesta de multitud de capillas individuales cada una de ellas coronada con una colorida bóveda en forma de cebolla. El Kremlin es en realidad un vasto complejo fortificado cuya muralla oriental da a la Plaza Roja y que alberga oficinas gubernamentales, el Senado Ruso, varias catedrales y un par de museos. De hecho, la palabra rusa kremlin hace referencia precisamente a eso, a una ciudad fortificada, y todas las ciudades mayores de Rusia tienen o han tenido su propio kremlin. En realidad esta era una práctica defensiva muy extendida por toda Europa durante la Edad Media y de la que de hecho aún se conservan numerosos ejemplos, uno de los más notorios siendo la Torre de Londres.

Pero en la Plaza Roja, además de la catedral y la muralla oriental del Kremlin, contamos con un tal vez menos famoso pero increíblemente significativo monumento: el mausoleo de Lenin. Esta construcción, enteramente basada en mármol rojo y negro y situada junto a la muralla oriental del Kremlin, alberga y expone a un Lenin embalsamado, protegido de la descomposición natural y a la vista de los visitantes, con su calva y su barbita, como si de un santo incorrupto se tratase. Es tremendo el respeto que profesan al revolucionario, tanto que se tomaran de mala manera cualquier gesto que no sugiera veneración absoluta (a mí un guardia me dio un empujón por quedarme mirando más de la cuenta).





Este homenaje al padre de la revolución, junto con la Plaza Roja misma, marcan los dos rasgos característicos de todo lo que uno se puede encontrar en Moscú: exaltación de los héroes nacionales (por todas partes se ven esculturas y bustos de poetas, militares, pensadores, etc) y fastuosidad extrema (un poco como Milán, cosa que no es casual pues en Moscú empleaban arquitectos italianos con frecuencia). Un buen ejemplo de ambas cosas puede verse, por ejemplo, en la parada Kievskaya del metro de Moscú, donde encontramos esta elaborada plataforma con mosaicos dedicados a los discursos de Lenin.





En resumen, una gran ciudad y un gran país del que aún me quedan varias cosas que decir, así que permaneced atentos ;-)

viernes, 30 de marzo de 2012

Gastronomía en Valencia

La semana pasada logré cumplir con uno de los objetivos que más tiempo llevo persiguiendo: llevarme a mi compañera de piso francesa a las fallas de Valencia y enseñarle cómo nos las gastamos en la capital del Turia cuando se trata de disfrutar de la vida... La chica volvió a Londres a grito de "dios, qué duro es ser español, ¡vaya aguante tenéis!".

Mi compañera se quedó en Valencia una semana, tiempo más que suficiente para recorrer la ciudad y los alrededores. Enseñar mi ciudad a una extranjera me dio la oportunidad de verla con otros ojos y experimentar cuánto está cambiando en los últimos años... de las muchas cosas que que redescubrí me ha parecido especialmente interesante la escena gastronómica y le he querido dedicar un artículo.

Para empezar, como buena extranjera, mi querida francesa quería probar unas buenas tapas, no de las de clase alta, sino las que tomaría cualquier hijo de vecino. Para esto aconsejo en general evitar las franquicias, especialmente los BarrioBar que ofrecen baja calidad y alto precio (decepción asegurada); sin embargo cadenas como Cien Montaditos o Cañas y Tapas no están mal.

Por otra parte, me gusta el desarrollo que está experimentando la cocina internacional. Por ejemplo, existen varios japoneses por la ciudad, la mayoría de ellos tirando a mediocres, pero por la zona de Plaza Cánovas hay algunos bastante buenos. También me topé recientemente con un asador brasileño en el centro comercial El Saler: la carne es de calidad media (no es mala, pero tampoco espectacular), pero el método de asado y el formato de bufet libre le dan un toque muy atractivo.

Para un sabor tradicional, como una buena paella o un arroz meloso típico valenciano, lo mejor son los restaurantes de El Palmar o del puerto de Catarroja. Bajo ningún concepto, y digo ninguno, debería cualquier persona que aprecie su paladar probar un producto de Paellador, eso es una autentica aberración. Recuerdo a los lectores que la paella tradicional valenciana es de carne, no de pescado y, si me apuran, nada de cocinada a gas o calentada en el microondas, ha de hacerse al momento y sobre fuego de leña de naranjo.

Ahora bien, mi más grato descubrimiento es un nuevo bar restaurante justo frente a Presidencia de la Generalitat Valenciana en la Plaza Manises: el Valentina. Anteriormente conocido como Pálpito, el local tiene ahora nuevos dueños (una gente muy maja venida de Chiva) y le han dado una vuelta a la cocina digna de mención. Estuve cenando allí el sábado pasado y me quedé gratamente impresionado con el menú, donde destaco la ensalada de naranja y bacalao, el timbal de sepia, las bravas absolutamente perfectas (suaves por dentro y crujientes por fuera), la morcilla con nuevo escaldado y crema de patata y, como principal, la "hamburguesa deconstruida" (sin el pan de arriba, bañada en crema de queso y con un bacon tan bien cocinado que casi le roba protagonismo a la carne). Y eso sin hablar de las hamburguesas que vienen: carne de toro de lidia, de ciervo, de camello, de zebra...

Poco a poco Valencia se va convirtiendo no solo en una central de fiesta y playa, sino también de buena cocina. Y, si uno cuenta con poco tiempo y quiere disfrutar de una buena cena, aconsejo visitar mi último descubrimiento, el Valentina.

jueves, 16 de febrero de 2012

Con pasta y a lo grande

Siguiendo con la vena viajera que me llevó a Bonn el último fin de semana le tocó el turno a Milán. Si pensaba que un viaje a Italia me daría un respiro ante el frío de Londres estaba bien equivocado, la localización norteña de Milán y la ola de frío siberiano por gentileza de Rusia garantizaron que la temperatura fuera de -7°C, ¡qué lujazo!

Me habían advertido contra albergar grandes expectativas, "la ciudad fraude" la llegaron a llamar algunos amigos que ya la habían visitado, y aunque yo no sería tan crítico sí que alcanzo a entender el origen de tal expresión. Milán es un gran nombre, pero lo que uno puede encontrar allí realmente es mucho menos que en otras ciudades italianas como Roma o Florencia. Para postre, los atractivos turísticos están muy separados entre sí, y la ciudad genérica que uno recorre de un atractivo al siguiente es más bien fea.

En cuanto a los atractivos de la ciudad destaca un elemento común: los aires de grandeza desmedida. La catedral está inmensamente trabajada, tanto por dentro como por fuera, y es sin duda una de las más grandes del mundo. Junto a ella se encuentra la galería Víctor Manuel II, con arcadas exageradas que parecen destinadas a los titanes de la mitología griega. Su interior alberga impresionantes mosaicos, tiendas de lujo como Gucci o Louis Vuitton y, extrañamente, un McDonald's. Ambas pueden apreciarse en la siguiente fotografía.





La estación central de ferrocarril es otro ejemplo de fastuosidad sin propósito. Por esas arcadas podrían pasar personas, trenes y hasta barcos, y los mosaicos bien casarían en el suelo de un palacio de tiempos del César. Ahora bien, para gestionar un sistema ferroviario hace falta algo más que imponentes estaciones, e in situ pudimos comprobar que los italianos todavía no parecen tenerlo del todo claro: retrasos de entre una y dos horas para cualquier tipo de tren eran más que frecuentes, uno podía ver al menos siete trenes retrasados en cualquier momento mirando al panel de salidas. Al menos hay que decir que la geografía de Milán es ideal para viajar en tren, y desde la capital norteña uno puede tomar trenes alemanes, suizos y franceses hacia varias ciudades de la vieja Europa.

Aprovechando esta circunstancia optamos por tomar un tren de 1:20 para ir a Verona, la ciudad de Romeo y Julieta. Por supuesto nuestro tren se retrasó 95 minutos, tiempo que aproveché para tomar un café (otra cosa que saben hacer bien los italianos), encontrar una wifi y entretenerme con unos juegos de póker.

Verona, por fin, absolutamente encantadora, me gustó casi más que Milán. También Verona es ciudad de viejas familias ricas, con el valor añadido de ser una ciudad mucho más pequeña y por tanto fácil de recorrer andando. El centro de la ciudad es de película, con multitud de palacetes, una estatua a Dante (que terminó sus días en esta ciudad), el segundo coliseo más grande del mundo (por detrás del de Roma), vistas privilegiadas desde una colina colindante y, cómo no, las casas de Romeo y de Julieta.

Aunque Shakespeare retocó detalles de la historia para hacerla más dramática, Romeo y Julieta verdaderamente fueron amantes de familias encontradas, aunque estos finalmente acabaron juntos sin problemas. La casa de Romeo no tiene especial relevancia si la comparamos con otras en la ciudad, pero la de Julieta es otro cantar:





Ahora bien, los italianos también se tomaron algunas licencias literarias aquí. Para empezar, el balcón que aparece, tan famoso y ligado a la historia de los amantes, no formaba parte de la casa original, sino que fue añadido a posteriori para deleite de los visitantes: tan famoso lo hizo Shakespeare que en Verona no quisieron defraudar a los visitantes. Otro detalle curioso es la estatua de Julieta y la tradición de tocarle la teta derecha a la pobre muchacha; se puede apreciar que su busto está ya desgastado de tanto sobeteo, pero lo más curioso es que nadie supo explicarme de dónde viene la tradición: si buena suerte, si amor, si dinero... Lo único que me alcanzaron a decir fue "las italianas son a veces un poco difíciles, pero al menos sabes que si vienes a Verona tocarás teta".

La última curiosidad es el muro del amor, justo en el pasaje que da acceso a la casa de Julieta. Generaciones de enamorados han venido aquí a expresar su compromiso de permanecer unidos, dibujando esta amalgama de corazones y mensajes donde es ya casi imposible distinguir uno de otro.





En resumen, Milán es una buena ciudad para visitar (aconsejo aeropuerto de Linate), con grandes obras, buena comida y posibilidad de hacer algunas compras. Eso sí, visitar solo Milán puede dejar cojo el viaje, así que la visita a Verona es más que recomendada. Y, por si te toca hacer tiempo con los trenes, asegúrate de tener algo de entretenimiento a mano (por ejemplo, póker online).

viernes, 3 de febrero de 2012

Pisando Deutschland

Últimamente estoy en vena viajera. El pasado fin de semana marché a Bonn, a visitar a una amiga y de paso explorar un área de Alemania que todavía no había pisado. Bonn no es una ciudad especialmente grande o atractiva por sí misma, pero tiene la ventaja añadida de estar muy cerca de Colonia, con lo que uno puede visitar dos ciudades de una tacada fácilmente.

El viernes y sábado tuve la oportunidad de conocer la oferta de ocio nocturno de la zona, que por lo que entiendo es bastante representativa del país. Por un lado, me llamó la atención la cantidad de restaurantes africanos, significativamente mayor de lo que vería en España o incluso en Londres. Nosotros cenamos en un restaurante etíope donde se comía sin cubiertos (la comida se tomaba usando una suerte de pan ácimo) y donde pude degustar el vino de miel (tiene un sabor parecido al vino de baja fermentación). Tras la cena visitamos un bar cercano, el Blow Up, donde me sorprendieron dos peculiaridades alemanas:

1. Para beber uno ha de pagar un depósito de 1€ por vaso; sucesivas cervezas no requieren depósito adicional siempre y cuando se reutilice el vaso, y el depósito es finalmente recuperado devolviéndolo al final de la noche antes de marchar. Toda una muestra de eficiencia alemana, que consigue que sus clientes reutilicen el mimo vaso una y otra vez reduciendo así la necesidad de ir por el bar recogiendo y fregando vasos.

2. En muchos locales se fuma abiertamente, aunque está "prohibido". Ahora bien, no es realmente que se estén saltando la ley, es que también saben ser pícaros cuando quieren: en Alemania existe una prohibición de fumar en lugares públicos y cerrados similar a la española, por lo que muchos bares han optado por registrarse como clubes de fumadores (y pagar el correspondiente impuesto).

El sábado fuimos a una discoteca local, Hausbar, y constaté por qué a los alemanes les gusta tanto venir de fiesta a España: ¡Porque sus DJs no saben pinchar! Los cambios bruscos de música a mitad de canción y los giros de estilo sin transición me dejaron patidifuso, uno no puede pasar de Danza Kuduro a Chemical Brothers así como así...

Las horas de frío sol del sábado las pasamos explorando Bonn. Me recordó a mis tiempos en Fráncfort por el extenso uso de la bicicleta y por tener tranvías y coches compartiendo la calzada (sí, uno conduce sobre las vías y adelanta tranvías como si fueran autobuses). Bonn es traspasado por el río Rin, y sus márgenes incluyen largos parques donde circular con la bici es una autentica gozada. El centro del pueblo no tiene elementos de mayor interés, salvo la subida rompepiernas a los restos de la fortaleza Godesburg y la tienda de Haribo (chuches a gogó).

El domingo aprovechamos para visitar Colonia, de un atractivo indudablemente mayor que Bonn. Nuevamente el paseo junto al río es de merecer, aunque esta vez en lugar de parques teníamos una combinación de bonitas casas de época y arquitectura modernista que me recordaba en parte a la ría de Bilbao. Los edificios que uno se encuentra mientras pasea pasan desde un parque tecnológico que alberga a EA, Microsoft y otras hasta un museo del chocolate con maravillas como esta Santa Catalina de 39 kg de peso.




Por último, ideal para emprender el camino se regreso a casa, junto a la estación de trenes de Colonia se halla su catedral, una maravilla arquitectónica que por algún motivo pasa desapercibida en el "turismo eclesiástico"; cierto es que sus interiores no don tan sorprendentes como la vista externa, pero aún así es una visita recomendable.




En resumen, tal vez un viaje que no es necesario realizar en múltiples ocasiones, pero desde luego debería aparecer en vuestra lista al menos una vez.

sábado, 21 de enero de 2012

Emigración por deseo

Como muchos de nuestros lectores y lectoras saben (algunos incluso por experiencia propia), la falta de oferta laboral en España está llevando a muchas personas a emigrar. Este hecho es en general visto como algo malo, una lacra de nuestra mala situación económica, e incluso los medios lo presentan como un gran daño causado por esta crisis por la que pasamos.

Ahora bien, ¿es realmente la emigración tan mala? ¿O la estamos más bien demonizando? Está claro que, cuando la situación personal de uno fuerza a emigrar como única opción, uno no puede alegrarse demasiado, pero eso no significa que emigrar no tenga sus beneficios. Es más, desde mi punto de vista, estos beneficios son tan grandes que la emigración debería ser contemplada no solo como último recurso, sino como objetivo para el desarrollo personal y profesional.

Algunos de los beneficios que se me pasan por la cabeza son:

- Idioma. No se trata simplemente del inglés, que lo desarrollaremos en mayor o menor medida casi en cualquier país que visitemos, sino del idioma local del país que visitemos (francés, alemán, chino...). Aún si emigramos a un país hispanohablante aprenderemos los diferentes usos del español, cosa que nos ayudaría a entender mejor a nuestros parientes al otro lado del Atlántico.

- Diversidad. En España tenemos unos fuertes vínculos familiares que hacen que rara vez queramos abandonar nuestra localidad de nacimiento. Pero también hace que, quitando Madrid y Barcelona, las ciudades españolas sean muy poco diversas. Cuando en tu día a día integras todas las culturas tu mente se abre a ideas inesperadas. Cuando vivía en Valencia me creía el más cosmopolita por salir con una chica de Castellón (¡de otra provincia!). Algo mágico sucede cuando ves como perfectamente corriente trabajar con un polaco con jefe nigeriano, vivir con un australiano y salir de fiesta con una vietnamita; el mundo, de pronto, es mucho más pequeño.

- Gobierno. Diferentes países son gobernados de diferente manera, y vivir estas otras formas te hace pensar. Por un lado, te ves expuesto a políticas que acostumbrabas a rechazar frontalmente en tu país de origen pero que al experimentar personalmente descubres que no son tan malas como pensabas. Por otro lado, te das cuenta de que algunas de las medidas que criticabas en tu propio país son realmente ejemplares, pues otros países las llevan mucho peor.

- Individualismo. Se suele decir que en España somos muy sociables, aunque tras mi experiencia en el exterior yo creo que somos más bien gregarios. Basamos nuestra vida social principalmente en un grupo más o menos constante de amigos y rara vez nos aventuramos fuera de él. Es más, rara vez acometemos una actividad social en solitario: ¿alguno de vosotros ha dicho alguna vez algo como "me encantaría apuntarme a clases de piano pero no tengo con quien ir"? Cuando uno va al extranjero lo hace normalmente solo (o sola), maximizando su crecimiento personal; es bueno tener gente con quien compartir buenas experiencias, pero más bueno es no necesitar compañía como requisito.

- Emprendedurismo. Marchar al extranjero ya es una actividad emprendedora en sí misma, es una búsqueda de experiencias. Pero, además, en el extranjero probablemente conocerás a gente que han tomado el mismo camino por motivaciones similares: carrera, oportunidades, cultura, idioma... Estas personas con grandes inquietudes son normalmente el mejor punto de partida para proyectos emprendedores.

- Ideas. Gran parte de las mejores ideas han sido ya obradas en alguna parte del mundo, pero aún no han llegado a España. Salir, descubrir, volver e implementar sigue siendo una de las mejoras formas de innovar. Puede que la gastronomía sudafricana tenga grandes oportunidades en el paladar español. Puede que el mobiliario urbano típico de Buenos Aires tenga un tremendo potencial en Madrid. Viajar y explorar sigue siendo la mejor forma de obtener nuevas ideas, el mundo siendo un gran laboratorio del que aprender.

En resumen, la emigración es una excelente (y denostada) fuente de conocimiento y desarrollo, algo que todo el mundo debería vivir. Personalmente, creo esta crisis debería ser considerada no la desafortunada causa que está obligando a muchas personas a emigrar, sino una gran oportunidad para que españoles y españolas descubramos este recursos tan desaprovechado.

domingo, 30 de octubre de 2011

Bzzzz... Bzzzz...

Esta es una historia real que le sucedió a una amiga mía. A pesar de que sucedió hace ya varios meses mi amiga no ha querido ponerme al día hasta ahora, y en cuanto lo hizo le pedí permiso para publicarla en El Gato Gordo. Aceptó, con la única condición de que cambiara algunos detalles para que no se supiera de quién se trata, así que en esta historia mi amiga se llamará Susan y tendrá una amiga llamada Jennifer.

Susan y Jennifer acababan de pasar unos días en Egipto, volvían tarde, casi de madrugada, y estaban cansadas. Habían volado en una de estas líneas de bajo coste que te dejan en aeropuertos dejados de la mano de Dios, por lo que al cansancio del vuelo había que añadir el trayecto desde al aeropuerto a casa. Llegaron, dejaron a un lado la maletas de cabina con las que habían viajado y comprobaron el correo por su hubiera alguna carta urgente. Entonces...

Bzzzz

Jennifer: ¿Has oído eso?
Susan: ¿El qué?

Bzzzz

Jennifer: Un zumbido.

Bzzzz

Susan: Sí, lo oigo ahora, qué extraño...

Buscaron por la casa la procedencia del zumbido, y al poco Jennifer exclamó "¡Viene del cuadro de luces! ¡Corre!", y ambas salieron corriendo del piso hasta llegar a la calle. Susan llamó por teléfono a sus padres, arrancándolos de su sueño, Jennifer sollozaba. En un arranque de valor (y de consejo paterno), Susan llega a la conclusión de que deben tomar el toro por los cuernos y analizar la situación, y las chicas volvieron al piso; fue ahí cuando se dieron cuenta de que habían dejado las maletas junto al cuadro de lucres.

Bzzzz

Jennifer: Espera, el zumbido no viene del cuadro de luces, viene de tu maleta.
Susan: Yo no tengo nada que zumbe.
Jennifer: ¿Te llevaste algún cepillo de dientes eléctrico?
Susan: No.
Jennifer: ¿Te llevaste un vibrador?
Susan: ¿Para qué me iba a llevar un vibrador a Egipto?
Jennifer: ¿Te lo llevaste o no?
Susan: ¡No!
Jennifer: ¿Pues qué tienes ahí dentro?
Susan: No lo sé... ¿y si es una bomba?
Jennifer: ¿Cómo va a ser una bomba? ¡Son nuestras maletas!
Susan: Sí, pero las hemos dejado en el hotel todo el día...

Habían abandonado el hotel antes de las doce según las normas, pero como el vuelo era tarde habían decidió dejar las maletas en consigna para poder aprovechar el día y hacer algunas compras de última hora. Ahora bien, la consigna del hotel era una mera sala tipo trastero donde cualquier cliente del hotel dejaba su equipaje, no había compartimentos individuales. Las maletas de las chicas eran equipaje de mano, por lo que no tenían ningún candado. Y, cuando volvieron a recogerlas después de las compras, no las abrieron para nada, por lo que era técnicamente posible que alguien hubiera colocado algo en su interior y ellas lo hubieran traído desde Egipto sin saberlo. Estaban cansadas, dubitativas, era tarde, habían tomado mucho el sol y ese zumbido incesante e impertinente exigía algún tipo de acción: decidieron llamar a la policía.

Susan: ¿Hola? Sí, buenas noches, probablemente no sea nada, pero...

Cinco minutos después dos coches de policía y una furgoneta de artificieros llegaban a su casa con luces, sirenas y toda la fanfarria. Uno de los artificieros, en ese disfraz de muñeco de Michelin verde que tanto los caracteriza, tomó la maleta y la llevó con cuidado al rellano, lo más lejos posible de las puertas de los vecinos.

Los siguientes dos minutos fueron tensos, espesos. El zumbido seguía presente en el ambiente. Ese bzzzz lo llenaba todo. El artificiero se arrodilló frente a la maleta y comenzó a abrirla despacio. Podían oír la cremallera cediendo diente a diente, con el zumbido de fondo. El artificiero abrió la maleta de par en par, el zumbido se hizo más intenso y las chicas se agarraron la una a la otra con fuerza. El técnico de explosivos empezó a remover el contenido de la maleta con cuidado. De pronto se detuvo. Se levantó pesadamente. Se dio la vuelta y se encaminó hacia el grupo con cara de circunstancias y una Epilady en la mano.

Artificiero: ¿Es esto vuestro?
Susan: Ay, sí, como me hice la cera antes del viaje no pensaba que me la hubiera llevado a Egipto...
Artificiero: Bueno, no pasa nada, habéis hecho lo correcto llamándonos, nunca se sabe lo que puede pasar.

Susan aún se sonroja cuando cuenta esta historia, y a buen seguro los policías de guardia aquella noche aún se descojonan cuando la recuerdan.

martes, 27 de septiembre de 2011

Islandia: agua caliente y vectores energéticos

Durante el periplo islandés, justo en mitad de una ducha, me vino a la cabeza una de esas inspiraciones que te vienen en el peor momento (tanto iPhone y tanto iPad y aún no puedo publicar en la ducha). El agua caliente salía con cierto olor a azufre, y me acordé de que me contaron que aquí toman el agua caliente del subsuelo, de donde viene ya caliente dada la actividad volcánica.

Y es que Islandia tiene unos recursos geotérmicos que le permite autoabastecerse en términos energéticos de manera casi total, ¿y por qué no total? Porque no siempre es capaz de proporcionar la energía en el formato o vector adecuado: un coche necesita gasolina y necesitará importar petróleo para hacerlo funcionar. Es por esto que hay múltiples países con vastas reservas energéticas pero no todos se hacen ricos con ellas, aquellos que sean capaces de producir energía en un formato fácilmente almacenable y transportable, caso del petróleo, el carbón, el uranio o el gas natural, podrán producirlo, empaqueterlo y venderlo. Sin embargo, aquellos cuyas reservas energéticas no tengan un vector tan conveniente, como son la geotérmica o la mayoría de energías renovables, tendrán un rango de utilización y comercialización mucho más restringido (uno no puede empaquetar el calor o el viento y venderlo a otros).

Eso sí, el día en que consigan inventar una forma de capturar energía geotérmica y transformarla en un vector conveniente, países como Islandia se van a forrar (el negocio de aire de montaña envasado no parece estar tirando).






domingo, 25 de septiembre de 2011

Tres días en Islandia

Tras esa gran primera impresión que fueron mis primeras tres horas en Islandia llega el momento de hacer repaso de los primeros tres días... Chicos, chicas, ¡espectacular! El primer día fue completado tras degustar la cerveza local, Viking (todo lo que tenga que ver con vikingos tiene las de ganar), y disfrutar de unos cuantos pasos en un local de salsa que encontré (sí, hay salsa en Reikiavik, aunque no son muy buenos :-P).

El segundo día consistió en una visita a la ciudad, donde pudimos apreciar algunos de las maravillas locales y lo que significa ser islandés. Destacar cosas como la iglesia luterana Hallgrímskirkja, de nombre casi tan impronunciable como aquel volcán que llenó el espacio aéreo europeo y forma de cohete, tal vez como metáfora para representar que la religión es la mejor forma de llegar al cielo. Atentos al aviso de carga en el ascensor que lleva a lo alto de la torre y a partir del cual inferimos que el islandés medio pesa 105kg.












Igualmente sorprenderte fue disfrutar de la gastronomía local, con gran variedad de ingredientes, algunos de los cuales incluso provocan remordimiento de conciencia: filete de ballena, foca rellena, frailecillo ahumado... Animales que tal vez no de deberían comer, pero que no por ello dejan de ser una auténtica delicia.

Pero la pañolada vino con el tercer día la prima sesión de aventura: ruta a caballo por campos volcánicos con vistas al Eyjafjallajökull, seguido del llamado Golden Circle: Geysir, lugar del primer géiser documentado en Europa; Gulffoss, hogar de cataratas majestuosas, y la división atlántica, lugar donde las placas tectónicas sobre las que se asientan Europa y América se encuentran.

Sobre Geysir decir que el géiser está hoy inactivo, pero hay otros dos que les hace justa suplencia, mientras que Gulffoss... En fin, juzgad vosotros mismos :-)

El pequeño géiser


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El gran géiser

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Gulffoss



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jueves, 22 de septiembre de 2011

Tres horas en Islandia

Tres horas, ese es el tiempo que ha transcurrido desde que he aterrizado en Reikiavik hasta que he publicado este artículo. Primera impresión: no es tan mortalmente frío como me lo pintaban, menos aún teniendo en cuenta que es un frío seco (mucho más soportable que el frío húmedo que te cala hasta los huesos en Valencia). Segunda impresión: es una tierra dura, nacida del fondo de la tierra y donde la vegetación a duras penas logra asentarse.







Pero dentro se esa dureza se adivina una belleza pétrea, un testigo de lo indómita que puede ser la madre tierra aún ante el humano más tenaz. A estas alturas ya he aprendido un dicho local que parece reflejar el carácter islandés: respeta a la naturaleza, pero no esperes que esta te respete a ti.

El aeropuerto resulta coqueto, casi de juguete, pero se nota que de construcción relativamente reciente. Tal vez por estas razones sea fácil de gestionar y se haya ganado el apelativo de mejor aeropuerto de Europa.







Reikiavik es una capital pequeña, de apenas 200 000 habitantes, lo que hace que uno tenga la impresión de estar siempre a las afueras de la ciudad. No hay grandes edificios, a excepción de una majestuosa iglesia cuya torre de 70m se ve desde casi cualquier punto de la ciudad (y que pienso visitar a continuación) y del nuevo centro de conciertos Harpa, que ya he podido ver de refilón desde el autobús.







En fin, basta de palabreos, ¡hay una ciudad ahí fuera esperando que la paseen!

Location:Bræðraborgarstígur,Reykjavik,Iceland

lunes, 5 de septiembre de 2011

Solo en América

Con el verano ya pasado (al menos en estas latitudes) llega el momento de rememorar aquello que tanto disfrutamos durante esos breves momentos durante los cuales el mundo es un lugar tan maravilloso. Y, en mi caso, ese lugar tan maravilloso se ha localizado geográficamente en la costa Este de EE UU. Quiero hablar de mi viaje por tierras del tío Sam, pero quiero evitar los típicos comentarios sobre los monumentos que todos hemos visto en la tele y más bien centrarnos en aspectos que, si bien son harto agradables de vivir, no suelen tener un hueco en las guías turísticas. Habrá varios artículos, no sé cuántos, pero estad al tanto :-)

Mi vuelo me llevó desde Londres a Boston, donde pasé el primer día de compras en un Outlet de marcas con descuento donde además estaban de rebajas. Unido al cambio GBP/USD y al hecho de que en el estado de Massachusetts no se pagan impuestos por ropa, me pude llevar cosas como corbatas de seda de Calvin Klein por tan solo 25 libras, ¡olé! Al día siguiente embarqué en un vuelo camino a Washington DC y el mismísimo trayecto ya fue toda una experiencia, empezando por los donuts Capitán América que tomamos para desayunar en el aeropuerto...


y siguiendo por el potencial almuerzo que nos podríamos haber cascado en Burritos Sin Fronteras


En el avión nos dieron una lección magistral de exclusivismo. La aerolínea con la que volábamos era JetBlue, una de las más populares en EE UU y que, para hacer honor a su nombre, sirve como aperitivo unas patatas fritas azules... Sí, papas azules, de eso hablamos, y nada de tintes raros, sino patatas azules por naturaleza:


Y, al llegar a Washington, me topé con la respuesta a tantas preguntas que me he hecho al ver series americanas: ¿os habéis fijado que tantas veces el que va a recoger a alguien al aeropuerto accede hasta la cinta transportamaletas para ayudarle con el equipaje? ¿Os habéis fijado cuán frecuentemente la gente se mete en la sección de maletas sin más, sin ser pasajero ni nada? Pues bien, esto es porque en EE UU la cinta transportamaletas desemboca después del control de llegada para los vuelos nacionales, lo que significa que en están en el área no controlada del aeropuerto... así que sí, ¡cualquiera puede llegar y ponerse a coger moletas como si tal cosa! Qué gran descubrimiento que es este país...

¡Más por llegar!