No, nadie confiesa jamás su terror a la muerte, y esa discreción no es, como suele afirmarse, dignidad; es sobre todo cuidado de no ahuyentar la ayuda de otro. El niño que se da cuenta del instante en que va a apagarse la luz persuade a su madre de que está esperando un beso por ternura; el soldado que canta a voz en grito en la portezuela del vagón una canción picaresca ahoga la angustia que ruge en él sin parar, como una sirena estropeada; la mujer que se ovilla contra la tibieza del amante y la pareja anciana que sigue manteniendo un lecho común llaman amor a su espanto. Nadie, nadie confiesa, por miedo a que su confesión lo aísle como a un apestado, porque la madre, el amante, el capitán, también tienen miedo. Todo, las civilizaciones, las ciudades, los sentimientos, las artes, las leyes y los ejércitos, todo es hijo del miedo y de su forma suprema, total: el miedo a la muerte.
Un espacio de debate, experiencias y pensamiento.
Un lugar para pensar, discutir y disfrutar.
Toda voz es bienvenida, hablemos.
jueves, 30 de septiembre de 2010
El miedo a la muerte
De la mano de Maurice Druon (gracias Lledó, me encantó este regalo):
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