jueves, 6 de diciembre de 2012

Reformar la sanidad... sin desmontarla

España está enferma, quiero pensar que no es de muerte. Que llevamos muchos años viviendo un sueño irrealizable es hoy evidente. Lo dijimos aquí cuando hablamos de cómo afectan los recortes a la sociedad, lo explicó a la perfección Aleix Saló con su Españistán, y hasta la militancia del PSOE lo ha admitido en su vídeo de disculpa. Nuestro castillo se construyó en al aire sin cimientos firmes, y ahora estamos pagando los desmanes de nuestro malgasto con unos recortes estremecedores, ¿pero están estos atacando a la raíz del problema? Yo creo que no.

Que había que cortar el grifo en cierto número de frentes es evidente, España despilfarra como si el mundo se fuera a acabar. Tenemos el aeropuerto de Castellón, "construido para las persona y no para los aviones". Tenemos las subvenciones al lino que no se vende. Tenemos el disparate de los coches oficiales. Tenemos la construcción de alta velocidad en rutas sin uso mientas que las rentables como al arco Mediterráneo siguen en suspense.

Por supuesto, el capítulo de los desmanes afecta también a una de las pocas cosas de las que España puede dar ejemplo a nivel mundial: la sanidad. Podemos sacar pecho de tener el índice de donantes más alto del mundo y de contar con cirujanos de relevancia mundial como el valenciano Pedro Cavadas, pero no hemos de perder vista a locuras como:
  • El nuevo hospital La Fe de Valencia, fruto del afán de "poner Valencia en el mapa" más que de cubrir necesidades médicas. Al mismo tiempo que ofrecíamos la Fórmula 1 y la Copa América, nos plantábamos con el hospital más grande de Europa.
  • El hospital de Manises, también en Valencia, construido por la Generalitat al mismo tiempo que se negociaba la cesión del Hospital Militar Vázquez Bernabéu del Ministerio de Defensa a la Generalitat. La distancia entre ambos hospitales de menos de 3km, y ahora la Conselleria de Sanitat tiene dos hospitales perfectamente funcionales uno al lado del otro: el primero, de nueva construcción y gestión privada (con algún amigo llevándose cuartos), y el segundo más antiguo pero perfectamente equipado y prácticamente en desuso.
  • El plan de desviación de fondos de Zaplana mediante la privatización de las pruebas de resonancia magnética, esta vez en Alicante, por el que se provee a la sanidad de un servicio innecesariamente más caro.
  • El uso de la sanidad como moneda electoral, como cuando el ministro Soria prometió cobertura dental universal y Solbes tuvo que pararle los pies.
Podría seguir, pero creo que lo dicho es suficiente para afirmar que en la sanidad hay un gran malgasto que se ha de atajar. Ahora bien, atajar malgasto no significa recortar gasto, significa evitar los intermediarios que se quedan con parte del dinero sin aportar ningún valor. El problema de la sanidad no son los (o las) médicos y enfermeros, son los administradores.

Son malos tiempos, pero incluso en lo turbulento de estos días estoy viendo buenas noticas. La gente, por fin, muestra su lado inconformista y decide que si el Gobierno no puede hacer las cosas bien entonces ha llegado la hora de ignorar al Gobierno. Hemos de recordar nuestros valores y aferrarnos a ellos con iniciativas como las de Yo Sí Sanidad Universal, un grupo de profesionales de la medicina que han optado por la objeción ante las nuevas medidas. He de confesar que me alegré al conocer este grupo, no por las razones que lo motivan (que ojalá no estuvieran allí), sino por la naturaleza de la reacción.

La España que queremos es posible, e iniciativas como esta lo demuestran. No es el país de la clase política, es nuestro país, y será lo que nosotros queramos que sea.