martes, 3 de septiembre de 2013

Cuaderno de bitácora: conexión Rumanía (VI)

Hace seis años inicié una tradición de viajes con mi buen amigo Jordi, de quien tal vez hayáis oído hablar puesto que publicó un artículo invitado en mi blog sobre metodologías ágiles. Desde entonces hemos tenido de todo, desde malentendidos serios con policías japoneses hasta turismo sanitario inesperado. Este año, con motivo de la boda de unos amigos en Cluj, escribimos el sexto capítulo en nuestro particular cuaderno de bitácora: Rumanía.

Han sido diez días descubriendo la diferencia entre mito y realidad de Drácula, sorteando carretas de caballos y disfrutando de los parajes naturales. Rumanía: país que no olvida sus orígenes rurales y a la vez empeñado en subirse en ese carro llamado (tal vez mal llamado) "desarrollo". Sin ir más lejos, una situación similar a la vivida por España 50 años atrás.

Hay interesantes paralelismos entre la historia reciente de Rumanía y la historia actual de España, aunque con matices.

Hasta hace 24 años, el dictador Ceausescu lideraba el país con mano de hierro. Convencido de la importancia de mejorar la imagen del país en el panorama internacional, puso gran énfasis en reducir el déficit y mejorar la balanza de pagos, para lo que inició una campaña de exportaciones. El problema es que lo poco que Rumanía producía por aquel entonces, aún un país eminentemente rural, era comida, y el programa de exportaciones implicó racionar los alimentos entre los propios habitantes para poder exportarlo; tamaña adoración por la opinión internacional ignorando al propio país me recordó, aunque a diferente nivel, al empeño del actual gobierno de España de estrangular los servicios públicos en pos de mejorar el déficit y cumplir los compromisos con Bruselas.

Sala de Rayos X en funcionamiento con
aspecto de viejo laboratorio nuclear en
el hospital de Curtea de Arges
Otro paralelismo que he visto, también puesto en contexto, es el de las proyectos faraónicos que mayormente no llevan a nada. Ceasescu se emperró en tener un gran palacio para albergar el gobierno en Bucarest, el Palacio del Parlamento, y se gastó el equivalente a 33.000 millones de euros para construir el segundo edificio más grande del mundo (por detrás de El Pentágono). Este edificio es aún hoy fuente de polémica puesto que, si bien uno podría estar orgulloso de poseer tamaña obra arquitectónica, los rumanos no logran sacarle más utilidad que el turismo y se preguntan si la riqueza ahí contenida en forma de mármol, oro y mobiliario de lujo podría ser utilizada para ayudar al país. Este tipo de obras me recuerda inevitablemente a elefantes blancos como el Aeropuerto de Castellón o las bases de la Copa América de Valencia, o a ese complejo de inferioridad llamado "Madrid ha de tener unos Juegos Olímpicos cueste lo que cueste porque Barcelona los tuvo y Madrid no puede ser menos".


Sin embargo, hay que decir que no todo es tan malo. Por una parte algunas de las grandes obras si tuvieron sentido, como la carretera Transfagarasan, que conecta las regiones de Valaquia y Transilvania atravesando los Cárpatos. Por otra parte, en algunas de las comparaciones salimos ganando por goleada y nos ayudan a entender que la nuestra es una crisis de país rico, como puntualizaron un grupo de periodistas latinoamericanos que pasaron un tiempo en Madrid: mientras estábamos en Curtea de Arges mi amigo Jordi se puso enfermo y tuvimos que acudir al Hospital; aquello fue como viajar al pasado. Desde fuera, el edificio parecía una fábrica abandonada, mientras que el interior era una colección de pasillos sucios y mal iluminados, equipamiento obsoleto y preocupante falta de medios. Los teléfonos eran como los de Gila, y las medidas de seguridad meras "recomendaciones".

Carretera Transfagarasan, no solo una buena conexión
viaria sino también un placer de la conducción

Como siempre, nada como viajar para abrir los ojos y entender que, aunque nos queda bastante por hacer, no estamos tan mal.