jueves, 16 de febrero de 2012

Con pasta y a lo grande

Siguiendo con la vena viajera que me llevó a Bonn el último fin de semana le tocó el turno a Milán. Si pensaba que un viaje a Italia me daría un respiro ante el frío de Londres estaba bien equivocado, la localización norteña de Milán y la ola de frío siberiano por gentileza de Rusia garantizaron que la temperatura fuera de -7°C, ¡qué lujazo!

Me habían advertido contra albergar grandes expectativas, "la ciudad fraude" la llegaron a llamar algunos amigos que ya la habían visitado, y aunque yo no sería tan crítico sí que alcanzo a entender el origen de tal expresión. Milán es un gran nombre, pero lo que uno puede encontrar allí realmente es mucho menos que en otras ciudades italianas como Roma o Florencia. Para postre, los atractivos turísticos están muy separados entre sí, y la ciudad genérica que uno recorre de un atractivo al siguiente es más bien fea.

En cuanto a los atractivos de la ciudad destaca un elemento común: los aires de grandeza desmedida. La catedral está inmensamente trabajada, tanto por dentro como por fuera, y es sin duda una de las más grandes del mundo. Junto a ella se encuentra la galería Víctor Manuel II, con arcadas exageradas que parecen destinadas a los titanes de la mitología griega. Su interior alberga impresionantes mosaicos, tiendas de lujo como Gucci o Louis Vuitton y, extrañamente, un McDonald's. Ambas pueden apreciarse en la siguiente fotografía.





La estación central de ferrocarril es otro ejemplo de fastuosidad sin propósito. Por esas arcadas podrían pasar personas, trenes y hasta barcos, y los mosaicos bien casarían en el suelo de un palacio de tiempos del César. Ahora bien, para gestionar un sistema ferroviario hace falta algo más que imponentes estaciones, e in situ pudimos comprobar que los italianos todavía no parecen tenerlo del todo claro: retrasos de entre una y dos horas para cualquier tipo de tren eran más que frecuentes, uno podía ver al menos siete trenes retrasados en cualquier momento mirando al panel de salidas. Al menos hay que decir que la geografía de Milán es ideal para viajar en tren, y desde la capital norteña uno puede tomar trenes alemanes, suizos y franceses hacia varias ciudades de la vieja Europa.

Aprovechando esta circunstancia optamos por tomar un tren de 1:20 para ir a Verona, la ciudad de Romeo y Julieta. Por supuesto nuestro tren se retrasó 95 minutos, tiempo que aproveché para tomar un café (otra cosa que saben hacer bien los italianos), encontrar una wifi y entretenerme con unos juegos de póker.

Verona, por fin, absolutamente encantadora, me gustó casi más que Milán. También Verona es ciudad de viejas familias ricas, con el valor añadido de ser una ciudad mucho más pequeña y por tanto fácil de recorrer andando. El centro de la ciudad es de película, con multitud de palacetes, una estatua a Dante (que terminó sus días en esta ciudad), el segundo coliseo más grande del mundo (por detrás del de Roma), vistas privilegiadas desde una colina colindante y, cómo no, las casas de Romeo y de Julieta.

Aunque Shakespeare retocó detalles de la historia para hacerla más dramática, Romeo y Julieta verdaderamente fueron amantes de familias encontradas, aunque estos finalmente acabaron juntos sin problemas. La casa de Romeo no tiene especial relevancia si la comparamos con otras en la ciudad, pero la de Julieta es otro cantar:





Ahora bien, los italianos también se tomaron algunas licencias literarias aquí. Para empezar, el balcón que aparece, tan famoso y ligado a la historia de los amantes, no formaba parte de la casa original, sino que fue añadido a posteriori para deleite de los visitantes: tan famoso lo hizo Shakespeare que en Verona no quisieron defraudar a los visitantes. Otro detalle curioso es la estatua de Julieta y la tradición de tocarle la teta derecha a la pobre muchacha; se puede apreciar que su busto está ya desgastado de tanto sobeteo, pero lo más curioso es que nadie supo explicarme de dónde viene la tradición: si buena suerte, si amor, si dinero... Lo único que me alcanzaron a decir fue "las italianas son a veces un poco difíciles, pero al menos sabes que si vienes a Verona tocarás teta".

La última curiosidad es el muro del amor, justo en el pasaje que da acceso a la casa de Julieta. Generaciones de enamorados han venido aquí a expresar su compromiso de permanecer unidos, dibujando esta amalgama de corazones y mensajes donde es ya casi imposible distinguir uno de otro.





En resumen, Milán es una buena ciudad para visitar (aconsejo aeropuerto de Linate), con grandes obras, buena comida y posibilidad de hacer algunas compras. Eso sí, visitar solo Milán puede dejar cojo el viaje, así que la visita a Verona es más que recomendada. Y, por si te toca hacer tiempo con los trenes, asegúrate de tener algo de entretenimiento a mano (por ejemplo, póker online).

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