domingo, 28 de marzo de 2010

Crónica de una muerte anunciada

Se veía venir, o como decía aquel, se veía de venir. El jueves por la noche se empezó a gestar una batalla en mi intestino, creo que debido a la combinación de factores "recuperación tardía de festival fallero" + "semana de estrés en el curro" + "caldo escocés adulterado" (peor que las coquinas de ayer, oiga). El caso está en que el jueves ya pasé mala noche y el viernes me levanté totalmente incapaz de cubrir el turno de mañana, es más, ni siquiera tuve fuerzas de acudir al trabajo.

Me pasé el día, como dicen los australianos, deliverying more piss than shit, con perdón de la escatológica expresión. Necesité toda una jornada de reposo en sofá, arroz blanco con verduritas y yogur probiótico para que mis excreciones volvieran al estado sólido. Además, con tal de mantener al mínimo la presencia de sustancias agresivas en mi tracto intestinal, renuncié por completo al café, cosa que unida a la tremenda cantidad de horas que dormí me dejó la presión arterial a la altura de la Central Line.

Así pues me desperté el sábado deshidratado, hipotenso y muscularmente hiperrelajado. El sentido común aconsejaba un retorno a la actividad física moderadamente gradual, un deporte de intensidad media y al que mi sistema motor estuviera acostumbrado. Y voy yo y me meto en una cancha de squash tras más de un año sin empuñar una raqueta, ahí, con los huevos gordos y las neuronas en paro. A los 5 minutos estaba empapado como las braguitas de una quinceañera en un concierto de Carlos Baute. A los 15 tenía la extraña sensación de que me sudaban los ojos. A los 20 tuve que parar, tumbarme en el suelo y subir las piernas para que la sangre me volviera a la cabeza. Lo siguiente fue tomarme medio litro de zumo de naranja para reponer líquidos y azúcares.

Aquello fue una estupidez a la altura de cuando acampábamos en Calpe y me metí en el mar con las llaves del candado de la tienda en el bolsillo (adiós llaves, adiós candado, adiós tienda) o como cuando organicé una despedida de soltero sin que la gente supiera todavía que el novio se casaba (reventando la exclusiva). La diferencia es que esta vez las consecuencias me durarán aún unos días, tantos como lo que tarden en marchar estas agujetas asesinas que tengo hasta en partes de mi cuerpo donde no sabía que había músculo (he tenido que consultar una enciclopedia médica para completar mis conocimientos de anatomía).

Hijos míos, aprended de mis errores: el deporte es como el vino, únicamente saludable si lo disfrutas estando sano.

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