martes, 13 de octubre de 2009

Ahorra en gasto público: invierte en Iglesia Católica

Dado lo delicado del tema que voy a tratar a continuación y lo rápido que dardos del tipo "tu opinión es parcial porque eres ateo/creyente" son disparados en respuesta, quiero dejar bien claras mi posición y mi relación a este respecto. Nací hace 27 años, y como mandaban la tradición y el costumbrismo de aquel entonces, fui bautizado y registrado en los archivos de la Iglesia Católica (hace tres días hizo 27 años, por cierto). En base a la misma tradición y el mismo costumbrismo tomé mi Primera Comunión con 9 añitos, banquetazo incluido. Con 16, y tras dos años de catequesis, me encontraba en las puertas de recibir el sacramento de la Confirmación, y aquí dejé a un lado el costumbrismo y empecé a labrar mi propio terreno.

Dos semanas antes de la confirmación en sí hablé con mi párroco y le expuse la situación: yo no creía en Dios, no creía en la existencia de ningún ser superior, ni en la vida después de la muerte, ni en el Paraíso ni en nada de eso. Y dado que la Confirmación consiste precisamente en confirmar tu fe en la Iglesia y en Dios, no veía mucho sentido en recibir un sacramento que confirmaba lo que no tenía. Mi párroco, a quien recuerdo muy gratamente, trató de ayudarme con mi crisis religiosa, aunque desde el principio me apoyó en mi decisión: si no creo en algo no debo seguir sus ritos. No solo no se sintió molesto en ningún momento, sino que incluso valoró mi decisión como valiente y madura.

Flores aparte, desde entonces me he considerado agnóstico (que no ateo), asumiendo que la existencia o inexistencia de Dios es algo que nunca ha sido probado ni refutado y que probablmente nunca lo sea, limitándome pues a los asuntos terrenales que son aquellos que puedo entender. Ahora bien, esto es tan solo mi postura, asumo que puedo estar equivocado en ella y que, siempre y cuando mi posición personal sea respetada, cual otra persona es libre de seguir las creencias y ritos que estime oportunos.

Dicho esto, pasemos a lo que yo verdaderamente quería comentar: un artículo de La Vanguardia titulado El capitalismo en evolución donde se comentan las dificultades que puede pasar la Iglesia Católica en un tiempo como este y donde, y este es mi punto favorito, se destapan un par de factores que pueden avivar aún más si cabe el debate sobre la financiación de la Iglesia.

Y es que, como muy bien documenta Josep Martí Font en su artículo, hay estudios que afirman que el montante que la Iglesia Católica recibe del (o deja de pagar al) Estado es de cerca de 6000 millones de euros anuales, pero al mismo tiempo hay estudios que afirman que la labor social que la Iglesia Católica realiza (atención a los pobres, escuelas, hospitales, etc.) podría estar valorada en hasta 31 000 millones de euros. Si estos estudios son ciertos, una de las primeras conclusiones que uno podría tomar es que al propio Estado le interesa que la Iglesia no desaparezca, ya que si lo hace tendrá que hacerse cargo de esa labor social y apuntar en sus gastos propios esos 31 000 millones de euros. Y por tanto, siguiendo la misma línea de razonamiento, al Estado le puede interesar financiar parcialmente el correcto funcionamiento de tan santa institución, aunque solo sea para asegurarse de que sigue viva y de que sigue asumiendo sus tareas, por lo que invertir 6000 millones de euros puede ser visto como una forma de ahorrarse 31 000; si hacen números, el saldo es positivo en 25 000 millones.

En este punto es donde suelen saltar los detractores afirmando que en un estado aconfesional no cabe financiación posible a entidad religiosa y, aun siendo yo mismo agnóstico, he de discrepar. Estas personas suelen confundir el término aconfesional por el de ateo, ya que la carencia de una religión oficial no implica la no-relación con cualquier religión existente. El Estado no tiene una ONG oficial, y ello no impide que destine dinero a la Cruz Roja (y nadie se rasga las vestiduras, oiga), por lo que financiar una religión concreta no necesariamente viola la aconfesionalidad del Estado.

¿Quiero decir con todo esto que estoy de acuerdo con que el Estado invierta en la Iglesia? Pues, si las cifras de los estudios anteriores son ciertas, sí, estoy de acuerdo. No estamos para despilfarros, así que si la Iglesida puede ahorrarme 25 000 millones, se lo agradeceré (y probablemente Dios también). ¿Y si las cifras anteriores no son ciertas? Ah... entonces tenemos otro debate, uno que requeriría otra entrada ;-).

2 comentarios:

  1. Si lo mejor que tienes para justificar los gastos de la Iglesia Católica es un artículo de La Razón de hace 5 años, mal vamos... Uno de los problemas principales de este asunto es la falta de transparencia en los presupuestos de la Iglesia: nadie sabe el balance que llevan. Sin embargo, ¿los de La Razón sí? Me gustaría ver las cuentas que han hecho. Siete por culo veintiocho y me llevo una. Por no decir que, en dicho artículo, para sacar esos 31000 millones que se supone que nos costaría la obra social, meten también (por lo que dice) el valor de los edificios ya construidos. Con dos cojones.

    El caso es que no hay datos suficientes. Y sin datos suficientes, podemos hacer la lectura que nos salga del nardo. Por ejemplo. Si tomamos por medianamente serio el primer artículo que nos enlazas, tenemos que en los 6000 millones de euros destinados por el Estado, se desgranan en educación, sanidad, patrimonio, etc. Vamos, que esa parte queda cubierta, según las cifras del artículo. Bien. ¿qué nos ahorra la Iglesia en obra social? Cito del segundo artículo:

    "La obra social de la Iglesia es muy amplia. Según datos del año 2000, sólo con las aportaciones monetarias de Caritas (155 millones, de los cuales 47 corría a cargo del gasto público), Manos Unidas (43 millones en 2003, con una ayuda estatal de 9 millones) y Obras Misionales Pontificias, (21 en 2000), el Estado tendría que haber aportado 163 millones".

    Bien. 163 millones en 6000 que se dan, ya no parece tan grave.

    En fin. A mí lo que me molesta es principalmente dos cosas. Primero, que parece que la obra social se la hacen al Estado. ¿No se supone que eso va implícito en los valores de la religión? O qué pasa, ¿que si dejamos de dar dinero, dejan de hacer obra social? ¿Esto es una religión o una empresa? Y segundo, que parece que nos están haciendo un favor, cuando el favor se lo hacemos nosotros a ellos. No olvidemos que en 1979 se firmó un acuerdo en el que prometían autofinanciarse, y mientras lo logran, tienen al Estado metiendo dinero a mansalva, más todas las exenciones fiscales que tienen absolutamente por todo.

    En resumen, que exijan menos y que se ciñan a lo pactado en el 79, que es lo correcto y lo deseable en un Estado aconfesional.

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  2. Las comentarios de los lectores pertenecen a los lectores, y todos ellos son igualmente respetables siempre y cuando estén basados en argumentos y razonamientos; considero que Iñaki ha cumplido con esta premisa, por lo que agradezco sus aportaciones (una referencia al menciando pacto del 79 sería ya la hostia).

    Ahora bien, hay una cosa que quiero aclarar: a pesar de que el título del artículo puede llevar a conclusiones erróneas, en ningún momento he querido defender la financiación de la Iglesia per se. Lo único que he querido es comentar que en un artílo de Josep Martí Font publicado en La Vanguardia existían unos datos que se añadían al debate sobre la financiación de la Iglesia y que, si (condicional) tales datos son ciertos y asumiendo (hipótesis) que la obra social de la Iglesia no podría llevarse a cabo sin la aportación estatal, me parecería buena idea mantener dicha financiación por meras cuestiones económicas (invirtiendo 6 me ahorro 31).

    Ahora bien, sean o no sean los datos correctos, hay una cosa que sí defiendo: la legitimidad de subvencionar la Iglesia Católica por su obra social siempre y cuando se haga en los mismos términos en los que se subvenciona cualquier otra entidad que realiza actividades de este tipo, como por ejemplo Cruz Roja o la Asociación Nacional de Presencia Gitana. Si damos a unos, damos a otros, aunque siempre en las mismas condiciones.

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